Tu propósito te impulsa...
Érase una vez, un joven. Solía ir al
río y recoger frutos silvestres para venderlos en el mercado. De hecho, no solo
recolectaba los frutos silvestres, sino que también se aseguraba de que el agua
estuviera limpia. Regaba las plantas (su ciudad estaba en una zona seca) y mantenía
todo en buenas condiciones. Luego iba y vendía esos productos, así era como se
ganaba la vida.
Al igual que este joven de nuestra historia, todos producimos
algo que otros "compran". Podrían ser frutos silvestres, verduras,
sándwiches, proyectos, ganancias para empresas o incluso una hermosa familia.
La producción es una de las principales funciones que todos tenemos, de hecho,
todo en la vida produce algo. Pero también hay algo más...
Sin que este joven lo supiera, el agua
que esparcía ayudaba a una familia de animales de la zona. Ellos, a su vez,
ayudaban a polinizar las plantas, haciendo que la tierra fuera aún más hermosa
y productiva.
Además de la producción, tenemos otro deber en esta tierra:
algunos lo llaman misión, otros nuestro dharma o simplemente
nuestro propósito. El propósito es nuestra función real: es la razón por
la que los demás nos extrañarán cuando nos hayamos ido; es la razón por la que
nuestra Madre Tierra sonríe cuando piensa en nosotros.
Otros pueden vender frutos silvestres o verduras, pero no de la
forma en que lo hacemos nosotros, no con esa gran sonrisa.
Muchas personas pueden preparar mejores sándwiches, pero no con
nuestra consciencia, ese sabor especial de sostenibilidad.
Innumerables profesionales pueden generar mejores ganancias, pero
no con nuestra perspectiva a largo plazo.
Y nuestras familias, las personas crecen debido a toda el agua de
amor que hemos dado.
Un tipo particular de amor, único para cada uno de nosotros.
Pero hay un problema: es invisible.
Cuando este joven ya no era joven, le
pasó la tarea a su hijo, quien no era tan diligente. Al niño le gustaba jugar
más que trabajar, así que simplemente recogía los frutos silvestres necesarios
y se apresuraba a venderlos en el mercado. Sin que se dieron cuenta, comenzó a
desarrollarse una pequeña tragedia. Después de uno o dos años, había menos frutos
silvestres, la tierra se volvió árida como la ciudad y su sostenibilidad estaba
en peligro.
El propósito a menudo se hace visible solo cuando las cosas
comienzan a ir mal, y para entonces, puede ser demasiado tarde para
reflexionar. Si las personas fueran más conscientes de su propósito superior,
serían más cuidadosas con cada acción. Atesorarían sus sonrisas mientras
venden, se mantendrían conscientes en su trabajo en lugar de perseguir la
productividad ciega, valorarían su visión a largo plazo y nunca dejarían de
regar a los demás con amor.
Sin embargo, sucede: olvidamos nuestro propósito. A veces porque
nunca lo supimos realmente. Y en esos momentos, debemos rastrear nuestros pasos
hasta el principio. O...
El niño, siendo inteligente, pronto se
dio cuenta de lo que estaba mal. Recordó cómo su padre le había enseñado, no a
través de palabras, sino llevándolo a observarlo. Entonces, algo sucedió: una
chispa. Una energía que nunca antes había sentido. El río estaba casi seco,
pero el agua aún fluía. Con un balde en la mano, comenzó a regar las plantas
nuevamente, todos los días. Dos años después, el río fluía por completo y la
tierra estaba más verde que nunca.
Cuando estamos conectados con nuestro propósito, nuestras acciones
se alinean con él. Incluso los pequeños actos, una sonrisa, un proyecto, un
gesto familiar, adquieren un nuevo significado. La belleza de este tipo de
motivación es que nunca muere.
Mantente en contacto con tu propósito y sentirás su energía
moviéndose a través de ti: tranquilo, constante y siempre ahí.
Un día, el niño se convirtió en un
hombre. Y un día, trajo a sus propios hijos al río. Junto a él había una tienda
próspera, llena de vida. Cuando enseñó a sus hijos, tuvo cuidado de mostrarles el
cuadro completo, no solo cómo buscar frutos silvestres, sino también cómo
mantener el río fluyendo.
Tu propósito hace tu vida fluir.
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