Cuento de Navidad – La última navidad

Jorge y Susanita habían decidido mucho tiempo antes…

Primero fue Jorge quien salió de su trabajo. Por el tiempo que ahí estuvo logró un buen dinero, fruto de las leyes de su país. Después, vendió su casa y el vehículo que con tanto esfuerzo había comprado un año antes. Por último, negoció su sociedad en un club importante, cerca de la capital de ese país – para su sorpresa, se ganó más dinero con el título del club que con el carro…

Susanita, al saber del empeño de Jorge, hizo lo mismo por su lado, solo que al revés: primero vendió su pequeño coche, después negoció dos terrenos que tenía y por fin, dejó su trabajo, terminando el contrato de arrendamiento y, de repente, se dio cuenta que los largos y raros planes que había hecho con Jorge se estaban concretando.

Se encontraron en Europa… por fin se conocían, después de años de verse por Skype y hablarse por WhatsApp. ¿Años? En realidad, no… Fue en enero que Jorge y Susanita se conocieron en un foro y desde ese momento, se sintieron tan cercanos que hoy, en el frío europeo, parecían dos viejos amigos.

Después de mucho conversar y charlar, y reírse, y contar, llegaron al punto de la toma de decisión, cuando su vuelo fue anunciado en un idioma casi ininteligible. Se miraron mutuamente, sonrieron y de manos dadas, fueron a cumplir este loco sueño de navidad. Porque esta sería para ambos, su última navidad.

Fueron al lugar obvio a hacer lo que querían hacer: pasear con sentido. Pasear, ayudando a otros. Y lo hicieron en toda su dimensión, viendo animales que nunca habían visto, excepto por internet, y trabajando hasta altas horas limpiando lugares, personas y corazones.

Con una sonrisa eterna, ambos dedicaron eses días a simplemente hacer que otros sobrevivieron unos días más, o permitirles realizar algún pequeño sueño que tenían. Viajaron por ciudades, países y continentes, vieron pieles de diferentes colores y gente de distintos tipos de ojos.

A pesar del intenso trabajo que hacían, nunca, jamás habían experimentado tanta felicidad. Una felicidad que parecía infinita, hasta el momento en que un día, Susanita, decidió no amanecer.

Faltaban pocos días antes de la navidad y desde su cama, con la ayuda de un Jorge con muchas lágrimas, se contactó y se despidió de toda su familia y de sus amigas.

Había sido en enero, en un foro para pacientes terminales de un tipo específico de cáncer, que ella se encontró con alguien que compartía lo mismo que ella: el sueño de no quedarse atado mirándose morir. Susanita quería no morir sino vivir con intensidad sus últimos momentos.

A los dos, los médicos habían indicado que la navidad sería el probable momento de sus muertes. Por supuesto, al saber de la locura que iban a hacer, dijeron que ellos no aguantarían más de una semana viajando, pero dos semanas después, probaron que eso no sería así. Tal vez sobrevivieron más por el deseo de vivir, tal vez por la fuerza de su sueño, o quizá por la fabulosa energía que la gente que ambos ayudaban les daba, al sonreírles muchas veces en medio de sus tragedias. Nunca lo sabrían.

Jorge armó rápidamente un árbol de navidad y muchos de los voluntarios que trabajaban con él, aparecieron y les cantaron de forma desafinada y sin ritmo, canciones de sus propios países. Jorge nunca se había reído tanto con esas personas y tenía seguro que ni siquiera una muy enferma Susanita podría no reírse, o al menos sonreír, cuando la mira y ve una linda expresión estampada en una cara de ojos cerrados, en un cuerpo que ya no respiraba.

Por dos días más, Jorge se quedó en su habitación, sin salir y sin responder a los demás voluntarios quienes cuidaron de todo lo relacionado con la despedida de la pequeña Susana. A su lado, un recipiente con las cenizas de Susanita estaba listo para ser enviado a sus padres, algo que algún voluntario haría. Miró por unos momentos esa realidad que en poco tiempo – faltaban dos días para la navidad – sería la suya. Sonriendo nuevamente, decidió levantarse.

Se bañó y fue a ayudar en el hospital al cual iba normalmente. Saludó a muchos, sonrió bastante y trabajó hizo hasta cansarse.

Al regresar, se dio cuenta que el canasto con cenizas se había ido. Al día siguiente, el 24, tenía otro viaje planeado – tenían, pues Susanita debería ir con él. Empacó sus maletas – notó que lo de Susanita ya no estaba – y guardó el arrugado pasaje de ella junto con su foto, poniéndolos cerca de su propio pasaje y pasaporte. Fue a dormir muy tarde, preparándose para el temprano viaje, al día siguiente.

Entonces, soñó... Estaba con Susanita. Le escuchó sus malos chistes, se reía de su inocencia al viajar y se maravilló con la forma como una pequeña flor se convertía en una sorpresa para esa bella persona. Para Jorge, Susanita simbolizaba lo mejor del ser humano.

Embarcaron en el avión, llegaron a su lugar y luego estaban ayudando, equilibrando ese servicio con conocer lugares, gentes y naturaleza. Jorge sentía que iba a explotar de tanta felicidad que experimentaba. Su vida era maravillosa, una vida que valía la pena vivir.

Pero, en medio del sueño, surgió una luz muy brillante. Parecía la estrella de navidad y esperaba oír de Susanita alguno de sus típicos comentarios cuando la miró y se dio cuenta que ella no estaba enfocada en la estrella, sino en él. Sus ojos lo decían todo… Él sabía quien era esa estrella…

Golpearon fuerte a la puerta. Eran los voluntarios del hospital y Jorge se sorprendió al mirar su reloj y darse cuenta que era la noche del 24 - había perdido un día, un viaje. No importaba.

Cargaban regalos tan sencillos como un viejo peine o un pedazo colorido de vidrio, nada como los sofisticados regalos que recibía en su tierra. No importaba.

Junto con ellos, iban con algunas de las personas que tanto Susanita como Jorge ayudaron. Esto sí importaba.

Se divertieron y compartieron experiencias fascinantes. Recordaron a Susanita con cariño y mucho corazón y Jorge se dio cuenta que esa era la mejor navidad de toda su vida.

Al final, se dieron las manos en un silencioso ritual y se miraron en los ojos, sintiendo la felicidad intensa que había en esta habitación.

¡Feliz Navidad! ¡Feliz Vida!

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