Aplicando un punto final
Mi primer libro, y único publicado hasta el momento en que escribo este post, El Camino hacia el Autoliderazgo, será republicado tras una extensa verificación. Aquí sigue un trecho, espero que te guste.
'Un pintor famoso en Brasil comentaba, durante un foro, que uno de los retos del artista es saber cuándo debe dejar de pintar. El punto de perfección es algo que suele salir de nuestras manos muy fácilmente. Es decir, acertar en el comento cuando se debe dar la última pincelada a una obra; un trazo de más y se puede arruinar el trabajo de años.
Nuestra vida es como un cuadro que se va pintando poco a poco y necesitamos del poder de “empacar” para saber cuándo debe concluir una determinada situación. Cuando “empacamos” la situación y aplicamos un punto final a la obra.
Hay una gran diferencia entre aplicar un punto aparte y un punto final. Nuestra vida progresa por curvas que van sucediendo poco a poco. El desarrollo humano no es una recta o una parábola, sino una serie de curvas de aprendizaje y cambios de perspectiva. Salimos de la primaria y entramos al bachillerato, a la universidad; al casarnos, al entrar en un nuevo trabajo, vivir en una nueva ciudad… en todas estas situaciones lo que estamos haciendo es ir creando una nueva curva, como un cuadro dentro de otro cuadro.
Aplicamos puntos aparte durante todo el tiempo; terminamos una etapa, pero empezamos otra. Y, asombrosamente, vemos que los mismos problemas se repiten en otras ocasiones. De hecho, estamos creando nuevos estados dentro de viajes estructuras.
Aplicar el punto final en esta situación es muy práctico. Es el reto de comenzar la vida a partir de una pantalla en blanco, pero especialmente olvidando todo lo que fue hecho anteriormente. Como se explicó antes, es renacer.
Es preciso olvidar el pasado en términos de hechos concretos. Si nos miramos a nosotros mismos, somos el resultado de lo anterior, es decir, el pasado ya convive con nosotros en la forma de resultados que experimentamos en nuestro trasegar diario.
Un ejemplo que me gusta – en los dos sentidos – es hornear y comer pan. Primero, uno necesita harina. A la harina se mezcla levadura, disuelta en una solución de azúcar y agua caliente. Mezclados los dos, con aceite o margarina, se coloca en el horno y, después de un tiempo, ya está cocido.
A mi me gusta mucho el pan con margarina o mantequilla. ¡Pero a mí nunca se me ocurriría comerlo con levadura! El gusto de la levadura es horrible y la propia idea de comer unas bacterias no es nada agradable. Sin embargo, gustamos del pan (el cual contiene levadura).
Colocar un punto final es admitir que el pan ya está cocido y que no hay más levadura cerca. Las experiencias del pasado son válidas, los momentos pasados son muy valiosos. La gente que se fue y me dejó todavía vive en mi corazón. Pero, mientras menos equipaje lleve en mi vida, más rápido iré, como comenta Anthony de Mello.
El pasado es una mochila muy pesada y distorsionada, colgada a toda hora de mis hombros. El presente siempre es ligero; pensar así ayuda muchísimo a caminar por las sendas de la vida. Empacar en este sentido es emprender un análisis de mi situación actual y experimentar lo valiosa que es.
Por lo general, vivo en los años que ya pasaron cuando el momento presente no me da muchas esperanzas. Pero, siempre hay algo por hacer, siempre hay expectativas delante de nosotros; es sólo abrir los ojos y ponerse a actuar. No vale la pena ser lanzado al piso y quedar pensando en los años en que uno estuvo de pie; lo que si vale es, si se es arrojado, levantarse y desafiar al propio pasado.
Una vez consultó a una profesora de meditación una persona que había combatido en la guerra y había matado mucha gente; la profesora lo incentivaba a olvidarse de lo que había pasado y a empeñarse en mejorar lo presente, pero el hombre no lograba disociarse del ayer. El se fue sin haber resulto su problema.
Para poner un punto final sólo cuenta conmigo mismo y mi propia determinación. La introspección ayuda mucho en la medida en que da nuevas perspectivas de sí mismo; pero los otros poderes también pueden colaborar al mostrar una seguridad en el camino a seguir.
Un doctor cuenta cómo solía hablar mucho de una actitud mental positiva. Un día, recibió una llamada telefónica de alguien que había leído un libro suyo y lo felicitaba por la idea. Conforme la conversación proseguía el doctor le preguntó cuántos años tenía y ella contestó: “Noventa y dos años”.
¡El doctor quedó asombrado! No podía creerlo, pues su voz demostraba mucha nitidez y claridad mental. El entonces preguntó si ella no tenía problemas de salud y ella dijo que sí y mencionó diversos achaques por causa de la edad, pero no parecía muy triste o angustiada con esto. Por fin, él preguntó si ella todavía se ocupaba de algo. Ella contestó: “Sí ayudo a personas de la tercera edad en una fundación”. “Ah, si, y ¿qué hace usted allá?” “Les enseño a bailar”.
Este ejemplo no es único. En Chile, en el metro, un día entraron dos señoras ancianas, yo diría que tenían como unos 70 años más o menos. Eran muy alegres y, cuando los jóvenes les ofrecieron lugar para sentarse, ellas en forma muy cordial rehusaron, pues estaban bien de pie, el tren no estaba lleno. Pero, ante la insistencia de los jóvenes eran realmente bien viejitas) una de ellas aceptó un asiento. Sin embargo, en la estación siguiente subió una joven embarazada y ¡adivine usted quién le ofreció el lugar para que se sentara!
En mi caso particular, colocar un punto final significó romper con toda una serie de esquemas mentales y especialmente pensar en las posibilidades del futuro. La visión que yo tengo de mí mismo es un cuadro que cada vez se acerca más a estar completo. El futuro es una mochila que constantemente se va modificando en la medida en que camino por esta carretera de la vida.
Siempre disfruté del caminar. Una vez anduve todo un día por un sitio muy bello llamado Cajón del Maipú en Chile. Disfrutaba del silencio de la carretera, un silencio donde se podía oír soplar el viento, se podía pensar y dejar correr el pensamiento. Este paseo me ayudó a aclarar muchas cosas y entender bastante los procesos por los cuales estaba pasando. Especialmente me ayudó a definir mejor mi propio futuro y alejarme aún más del pasado que yo tenía.
Otra forma de colocar un punto final es cambiar de perspectiva, algo que he incentivado durante todo el libro.
En la India, un grupo de teatro presentó una obra donde dos personas estaban en conflicto y no sabían cómo solucionarlo. Por fin, ellos encontraron una torre desde donde podían observarse a sí mismos en la actuación. La escena de ellos viéndose pelear me quedó en la memoria; a pesar de que los dos peleadores estaban muy enojados, sus “originales” se reían todo el tiempo.'
'Un pintor famoso en Brasil comentaba, durante un foro, que uno de los retos del artista es saber cuándo debe dejar de pintar. El punto de perfección es algo que suele salir de nuestras manos muy fácilmente. Es decir, acertar en el comento cuando se debe dar la última pincelada a una obra; un trazo de más y se puede arruinar el trabajo de años.
Nuestra vida es como un cuadro que se va pintando poco a poco y necesitamos del poder de “empacar” para saber cuándo debe concluir una determinada situación. Cuando “empacamos” la situación y aplicamos un punto final a la obra.
Hay una gran diferencia entre aplicar un punto aparte y un punto final. Nuestra vida progresa por curvas que van sucediendo poco a poco. El desarrollo humano no es una recta o una parábola, sino una serie de curvas de aprendizaje y cambios de perspectiva. Salimos de la primaria y entramos al bachillerato, a la universidad; al casarnos, al entrar en un nuevo trabajo, vivir en una nueva ciudad… en todas estas situaciones lo que estamos haciendo es ir creando una nueva curva, como un cuadro dentro de otro cuadro.
Aplicamos puntos aparte durante todo el tiempo; terminamos una etapa, pero empezamos otra. Y, asombrosamente, vemos que los mismos problemas se repiten en otras ocasiones. De hecho, estamos creando nuevos estados dentro de viajes estructuras.
Aplicar el punto final en esta situación es muy práctico. Es el reto de comenzar la vida a partir de una pantalla en blanco, pero especialmente olvidando todo lo que fue hecho anteriormente. Como se explicó antes, es renacer.
Es preciso olvidar el pasado en términos de hechos concretos. Si nos miramos a nosotros mismos, somos el resultado de lo anterior, es decir, el pasado ya convive con nosotros en la forma de resultados que experimentamos en nuestro trasegar diario.
Un ejemplo que me gusta – en los dos sentidos – es hornear y comer pan. Primero, uno necesita harina. A la harina se mezcla levadura, disuelta en una solución de azúcar y agua caliente. Mezclados los dos, con aceite o margarina, se coloca en el horno y, después de un tiempo, ya está cocido.
A mi me gusta mucho el pan con margarina o mantequilla. ¡Pero a mí nunca se me ocurriría comerlo con levadura! El gusto de la levadura es horrible y la propia idea de comer unas bacterias no es nada agradable. Sin embargo, gustamos del pan (el cual contiene levadura).
Colocar un punto final es admitir que el pan ya está cocido y que no hay más levadura cerca. Las experiencias del pasado son válidas, los momentos pasados son muy valiosos. La gente que se fue y me dejó todavía vive en mi corazón. Pero, mientras menos equipaje lleve en mi vida, más rápido iré, como comenta Anthony de Mello.
El pasado es una mochila muy pesada y distorsionada, colgada a toda hora de mis hombros. El presente siempre es ligero; pensar así ayuda muchísimo a caminar por las sendas de la vida. Empacar en este sentido es emprender un análisis de mi situación actual y experimentar lo valiosa que es.
Por lo general, vivo en los años que ya pasaron cuando el momento presente no me da muchas esperanzas. Pero, siempre hay algo por hacer, siempre hay expectativas delante de nosotros; es sólo abrir los ojos y ponerse a actuar. No vale la pena ser lanzado al piso y quedar pensando en los años en que uno estuvo de pie; lo que si vale es, si se es arrojado, levantarse y desafiar al propio pasado.
Una vez consultó a una profesora de meditación una persona que había combatido en la guerra y había matado mucha gente; la profesora lo incentivaba a olvidarse de lo que había pasado y a empeñarse en mejorar lo presente, pero el hombre no lograba disociarse del ayer. El se fue sin haber resulto su problema.
Para poner un punto final sólo cuenta conmigo mismo y mi propia determinación. La introspección ayuda mucho en la medida en que da nuevas perspectivas de sí mismo; pero los otros poderes también pueden colaborar al mostrar una seguridad en el camino a seguir.
Un doctor cuenta cómo solía hablar mucho de una actitud mental positiva. Un día, recibió una llamada telefónica de alguien que había leído un libro suyo y lo felicitaba por la idea. Conforme la conversación proseguía el doctor le preguntó cuántos años tenía y ella contestó: “Noventa y dos años”.
¡El doctor quedó asombrado! No podía creerlo, pues su voz demostraba mucha nitidez y claridad mental. El entonces preguntó si ella no tenía problemas de salud y ella dijo que sí y mencionó diversos achaques por causa de la edad, pero no parecía muy triste o angustiada con esto. Por fin, él preguntó si ella todavía se ocupaba de algo. Ella contestó: “Sí ayudo a personas de la tercera edad en una fundación”. “Ah, si, y ¿qué hace usted allá?” “Les enseño a bailar”.
Este ejemplo no es único. En Chile, en el metro, un día entraron dos señoras ancianas, yo diría que tenían como unos 70 años más o menos. Eran muy alegres y, cuando los jóvenes les ofrecieron lugar para sentarse, ellas en forma muy cordial rehusaron, pues estaban bien de pie, el tren no estaba lleno. Pero, ante la insistencia de los jóvenes eran realmente bien viejitas) una de ellas aceptó un asiento. Sin embargo, en la estación siguiente subió una joven embarazada y ¡adivine usted quién le ofreció el lugar para que se sentara!
En mi caso particular, colocar un punto final significó romper con toda una serie de esquemas mentales y especialmente pensar en las posibilidades del futuro. La visión que yo tengo de mí mismo es un cuadro que cada vez se acerca más a estar completo. El futuro es una mochila que constantemente se va modificando en la medida en que camino por esta carretera de la vida.
Siempre disfruté del caminar. Una vez anduve todo un día por un sitio muy bello llamado Cajón del Maipú en Chile. Disfrutaba del silencio de la carretera, un silencio donde se podía oír soplar el viento, se podía pensar y dejar correr el pensamiento. Este paseo me ayudó a aclarar muchas cosas y entender bastante los procesos por los cuales estaba pasando. Especialmente me ayudó a definir mejor mi propio futuro y alejarme aún más del pasado que yo tenía.
Otra forma de colocar un punto final es cambiar de perspectiva, algo que he incentivado durante todo el libro.
En la India, un grupo de teatro presentó una obra donde dos personas estaban en conflicto y no sabían cómo solucionarlo. Por fin, ellos encontraron una torre desde donde podían observarse a sí mismos en la actuación. La escena de ellos viéndose pelear me quedó en la memoria; a pesar de que los dos peleadores estaban muy enojados, sus “originales” se reían todo el tiempo.'
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