Hiroshima, mi amor…
Tal vez haya sido porque hay una Rua Hiroshimacerca de la casa donde
fui criado, en São Paulo, que lleva su nombre.
O tal vez haya sido el poema Rosa de Hiroshima de Vinícius de Moraes, convertido en canción con la fantástica voz de Ney Matogrosso, que me hizo mi mente volar a Japón y compartir un tiempo con el sufrimiento y la tenacidad de ese pueblo, todas las veces que la oí en mi infancia y adolescencia.
Puede haber sido la mención de la película francesa Hiroshima, mon amour. Aclaro que nunca
la vi, pero entra en la categoría de más
escuchada.
Sin embargo, lo que me viene a la mente que me transportó
realmente a esa ciudad, cuyo destino acabó siendo tan terrible que la convirtió en parte de la historia…
Como adolescente me encantaba leer textos sagrados, aunque
sin una guía apropiada. Leí la Biblia y el Bhagawad Gita antes de completar 14
años e ingresar a la Escuela de la Fuera Aérea. Mi tía estaba en ese momento
vinculada a una religión japonesa muy reconocida en Brasil, Seicho-No-Ie; todos
los meses le llegaba una pequeña revista con oraciones y siempre había un
cuento.
Esas historias eran rápidamente traducidas en mi mente, pues
no las leía, las vivía intensamente. Una
de ellas contaba la supervivencia del autor después de la bomba
atómica. No recuerdo tanto los detalles, pero sí la imagen fatídica de esa rosa
que salió de los suelos de Japón, esa rosa sin
perfume, sin rosa, sin nada.
Todos los años, busco mantener en mi mente esta fecha y
meditar por la paz. Todos los años, busco mandar una energía espiritual que nos
recuerde a todos, que la paz es más fuerte, más poderosa que la guerra, la
violencia, el odio y lo negativo en general. La rosa que generamos en el
espíritu sin duda vencerá la anti-rosa atómica.
Comentarios